Cuando no se puede hablar mucho, o no se quiere, es un
alivio escribir....
Dominarse -comprobado-, no lleva a ningún buen lugar.
Rabia el cuerpo, se machuca el dedito chiquito del corazón,
y muchas, muchas -MUCHAS- veces revienta -como globo en fiesta infantil-, la voz y
tooooodo lo demás.
Aquí en este larguísimo pergamino, designado blog, he hecho
el ejercicio que supuse debe poner en forma mis razonamientos, mis múltiples
crisis, los músculos blandos del ánimo, y la condición física del cuore.
Poner a prueba que por lo menos tres veces por semana es
saludable sacar el bofe, las cuitas, los miedos y hasta la estupidez, ayuda. Es
terapéutico, es peligrosamente adictivo (lo mismo que el deporte).
Empujar las palabras a que tomen su lugar, que se enjuguen
el temor a ser vencidas, a precipitarse y caer, a saberse juzgadas....Un
constante trabajo de convicción, de valentía, de libre fluir.
En esta persistencia, caigo en cuenta que la viveza me
abarca desde hace tiempo. Los silencios son propios de la reflexión, que no del
rencor. Dejar pasar es solo mirar desde otro lado, y que mi pacifica forma se
la voy correspondiendo al aikido emocional.
Cada día soy más dueña de mi, que no del otro.
Cada noche soy más de él que de mí misma.