"El otoño es una estación de trenes,
donde suelen coincidir los olvidados"
Marco Antonio Regalado
¿En qué capítulo bajé de ese tren para tomar la ruta más
lejana? ¿Lo recuerda?
Fue en una primavera naciente, el sol fastidiaba el escote
de mi vestido, mientras me tomaba del brazo y caminábamos sin prisa por la
estación.
Mi maleta apenas pesaba, me había deshecho de casi todo.
Nunca fui acumuladora.
Estanqué el tufo de esa mañana: gardenias. Las primeras del
año. Bebimos café con leche acompañado de pan de naranja. Sentados en un rincón
de nadie sabe dónde, me regaló la penúltima sonrisa.
Me observaba en el rumor de los transeúntes, de las risas solitarias,
de los voceros y la canción en la radio “del fonógrafo”. Mis dedos titubearon
al encender el tercer cigarro.
La vida fue más allá de nosotros, más allá del avispero que
zumbaba en las vigas del techo, más allá del miedo.
Otro tren me encontraba, me sujetaba. Al último llamado tomé
mi boleto, no pagué la cuenta. No lo miré. Besé su mejilla intrusa, tomé la petaca.
Al paso apretado puse pausa en el primer escalón: un calor de
medio día sepultó sus uñas en mi cráneo, en mis ojos. Chispazos de colores derribaban
en la sombra de mi mano derecha aglutinada a la frente. Eché un ojo atrás y ahí
estaba usted, de pié, sofocado por la carrera. El tren en marcha como en
película antigua.
Al paso a paso, disminuyó su figura de otoño, cediéndome a
una estación de verano. Mi vestido
zigzagueó con el viento. Terminé de subir, plegándome en mi asiento mientras
por la ventanilla, se devastaba esa primavera donde fui suya por décima vez.

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