lunes, 4 de agosto de 2014

Rasgar la mañana con la puerta abierta de la recámara, en calzones y sin camiseta, descalza, a tumbos pero sin la inquietud de que alguien más puede incomodarse con tu proceder cuando te levantas en la madrugada por agua o bien, a orinar...

Así recordaba ser hace diez meses, así era estar en mi casa.

Cuando un extraño respira en nuestro espacio el pudor y la excesiva bondad nos llevan a ser imbéciles, deshonestos con nosotros mismos, ingratos, opuestos de lo que somos.

Mi auto-censura me dicta que la conducta adecuada es ser cortes, liviana, compartida, tolerante...

En este punto del tiempo, me pesan las tardes y sus noches en que yo era feliz en mis silencios fumando en la cocina acompañada de Morgan. 
Cuando salía sin sostén hasta el refrigerador a preparar la merienda... cuando no tenía que lavar tantos trastes y hablar por teléfono era sin secretos.

Mi acantilado, ofrecido al desvalido, al triste o al perdido ha cumplido su ciclo...


En el proceso de añorar está el recuperar.



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